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martes, 23 de mayo de 2017

16.-TIEMPO DE.....LIOS (capítulos II a VIII)



Por Angela Giadelli 
También en blog, en fanfiction o en wattpad 
Tiempo de... líos
Capítulo II
Notes:
Este fanfic forma parte de "Tiempo de Relatos", un movimiento realizado por fans y para fans MDT. Los relatos (Trama 1) tienen el punto en común de que giran en torno al mismo arco principal: Darrow libera un gas en el Ministerio del Tiempo que hace que los agentes no sepan distinguir los cambios realizados en la Historia, salvo Amelia, Pacino, Alonso y quizá algunos mas.
 Pincha aqui para leer el Primer capitulo de Tiempo..de Lios
 Tiempo de... líos
Capítulo II

Despacho del Subsecretario_2017.

—Angustias… Cierre la puerta, ¿quiere?

—Por supuesto, jefe.

La verdad es que la buena mujer ni siquiera se había percatado de haber dejado la puerta abierta. Apoyó un instante la bandeja plateada sobre el escritorio de roble —lo imprescindible para cumplir el mandado— y volvió a la mesa, presurosa, a servir el café caliente mientras todos los demás estaban entretenidos viendo las imágenes de los túneles en el plasma.

—Qué sabemos —quiso saber Salvador, con aire tenso. Como para no estarlo, con la que les había caído encima. El ambiente era irrespirable y la sensación de inseguridad ahogaba cualquier pensamiento positivo. El caos y el descontrol eran tales, que incluso había tenido que parar los pies a las deslenguadas muchachitas de peluquería. Las chiquillas habían cedido a la histeria y contaban, a cualquiera dispuesto a escuchar, que el Estado Islámico había descubierto el sistema de puertas gracias a unos textos antiguos datados en la época de los reinos de taifas; que querían tomar el Ministerio para volver a la época del Califato de Córdoba y no sé cuántas tonterías más. Sin paciencia, y con mucha elegancia y poco recato les espetó que se dejaran de chismes, que había compañeros que se habían quedado encerrados simplemente por el hecho de acudir al trabajo desde sus respectivos siglos.

Así de tóxica era la atmósfera que les rodeaba.

—La alarma sonó a las ocho cincuenta y dos de la mañana. Tres minutos después se cerraron herméticamente las compuertas que van a los túneles —explicó Irene—. Pero por la cantidad de gas que calculamos que hay abajo, creemos que llevaban suministrándolo desde mucho antes. Probablemente se hayan pasado toda la madrugada ahumándonos como a salmones.

—La humareda comenzó en ciertos pasajes estratégicos. —Ernesto, diligente, señaló con el dedo unos puntos en el mapa, relevando en el discurso a su compañera—. Creemos que proviene de puertas concretas. Alonso y Amelia bajaron a investigar y, antes de perderse la conexión, al menos nos confirmaron la treinta y siete y la doscientos setenta.
Foto de Tamara Arranz

jueves, 11 de mayo de 2017

6.-EL CAZADOR DE VERMONT. Precuela de tiempo de perdida

#tiempoderelatos
El cazador de Vermont

Precuela de tiempo de pérdida – 1813 – perdida por mucho tiempo
El silencio del bosque era opresivo. Se respiraba muerte en el aire.
Los dos hombres observaban ocultos en la densa vegetación, ocultando cuidadosamente sus largos rifles.
El mayor cada tanto miraba al menor, como para tranquilizarlo en su primera partida de caza. El joven apenas tenía 12 años y estaba orgulloso de acompañar por primera vez en una verdadera cacería a su padre.
Lo que más le gustaba era la noche, en ese ratito junto al fuego, cuando su padre, luego de cenar, encendía su pipa y, reclinado contra algún tronco contaba historias fabulosas de cacerías pasadas, o de las batallas en las que había participado y los otros lo acompañaban en una competencia de anécdotas.
Él mantenía los oídos bien abiertos, tratando de escuchar todo lo que se decía, de que no se le escapara ninguna palabra. Era de contextura más bien débil y cualquier dato o comentario que le pudiera ser útil le era tremendamente importante.
-        Cuando acorralamos al oso ese tuvimos la precaución de dejarle una vía de salida- decía el padre. Él, venciendo el temor reverencial que le causaba su progenitor, se animó a preguntar porqué, ¿Cuál era la razón de acorralar una presa, para dejarla escapar?
-        Porque, cuando la presa es grande y peligrosa, como ese oso, uno debe ser precavido. Nunca hay seguridad de que una bala sea suficiente para matarlo y puede quedar herido.
-        Entonces… -
-        Entonces, si no tiene por donde escapar el animal herido te encara, y créeme hijo, no te gustará encontrarte frente a más de 400 libras de oso embravecido que se te vienen encima-
El relato de esa cacería continuó, pero a él el cansancio lo venció y se quedó dormido sin poder escuchar el final de la historia.
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Pensativo se reclinó contra el respaldo de su sillón, se inclinó para atrás, y, fregándose los ojos recordó esa primera partida de caza con su padre. Cuantas cosas había aprendido, y como lamentaba no haber sabido cuál sería su destino, para aprender más.
Como fuera, el tiempo no se podía volver atrás, y una sonrisa se le dibujó en el rostro al repetirse esa remanida frase. Por su puesto, era una frase muy cierta, para cualquiera que no tuviera sus conocimientos.
Se acomodó nuevamente frente al monitor y volvió a mirar, ahí estaba “su oso” o debería decir “osa” más bien, ya que la presa a cazar era nada menos que la arribista esa de Constancia Rodríguez.
Luego de sopesar nuevamente los pasos a dar y las expectativas relacionadas, tecleó las ordenes correspondientes y las envió. Ese día se retiró temprano, poco más se podía hacer, la salida para que escape la presa estaba abierta y…al final de la misma la trampa había sido  colocada, ahora solo restaba esperar qué hacía la “osa.”
De camino a casa, en el metro, repasó nuevamente sus recuerdos. Por más que lo intentó no pudo, era curioso pero no podía recordar cómo había terminado esa partida de caza con su padre ¿habrían o no atrapado la presa?
En la puerta del condominio se cruzó con la vecina del 3º A. Era una mujer que le despertaba algo, y veía que él también la turbaba, se le notaba en la mirada cuando se cruzaban, es más no cabía duda que él le interesaba, a juzgar por la anormal cantidad de veces que se cruzaban…pero en esos momentos él no podía permitirse  esas distracciones, más allá de algún rato placentero a cambio de unos cuantos dólares.
Las prioridades, siempre las prioridades, solía decir sabiamente su padre.
-        No se puede pelear en todos los frentes a la vez – recordaba que discutía frecuentemente con su camaradas en los batallones de “los chicos de Vermont”.
O se batallaba contra los franceses o se lo hacía contra los ingleses, pero no contra los dos a la vez. Por su puesto, para su padre y los compañeros de él los indios no contaban, con ellos se estaba permanentemente en paz y en guerra, según la situación.
Cuando le llegó el momento se enlistó en un cuerpo de “los de Vermont”, como despectivamente les solían decir los de Nueva York. Esos pueblerinos de la isla de Manhattan que se creían superiores a ellos, rústicos montañeses.
Ahí fue donde encontró al hombre que cambiaría su vida.
Por su puesto no fue algo premeditado, antes bien todo lo contrario.
Una mañana, de regreso de una salida de hostigamiento contra los casacas rojas, donde había matado a 4 o 5 de ellos (con uno no estaba muy seguro) con certeros disparos de su rifle, se extravió, cosa rarísima en él, aunque su culpa se atenuaba, ante sus ojos al menos, por la fuerte tormenta de viento y nieve que se había desatado sin previo aviso.
Caminó casi a ciegas con rumbo incierto hasta que, dándose cuenta que estaba perdido, hizo lo más inteligente que pudo, buscó un árbol adecuado, saco su hacha india y se puso a construir un refugio donde guarecerse. En eso escuchó el leve quejido, apenas audible por sobre el viento de la tormenta. Quien se hubiera quejado no podía estar lejos.
Y no lo estaba, ahí no más a unos pasos había un hombre tirado. Por la sangre que le salía por el costado no cabía duda que le quedaba poco tiempo.
Se acercó a verlo mejor y le sorprendió no conocerlo, era raro encontrar un extraño en aquellas soledades y más aun vestido como aquel hombre.
El extraño levantó la mano, como queriendo tocarlo, pero no lo logró, la vida se le escapó antes.
Sin embargo, al levantar la mano  dejó al descubierto ese extraño aparato, que él tomó e inspeccionó con curiosidad. Por pura casualidad se lo colocó en la muñeca, como había visto lo tenía el muerto…justo en el momento que brilló con una luz azulada que lo cegó momentáneamente.
Cuando recobró la visión se encontró en una sala blanca, fría, pero no de frió, si no de limpieza, completamente vacía… a no ser por los dos hombres que apuradamente aparecieron por una puerta de la pared.
Ese fue su primer día en Darrow.
Años después conoció la historia del hombre que había muerto frente a él y del desgraciado encuentro que había tenido con una patrulla de indios al servicio de los franceses. El pobre tenía por misión contactar con George Washington cuando este aún estaba lejos de ser el George Washington que pasaría a la historia. Pero no lo había logrado.
De hecho su primera misión fue completar la que había dejado inconclusa el pobre tipo.
Y así inicio su larga carrera. Este trabajo era fascinante, aunque le enojaba comprobar cómo se desperdiciaban las posibilidades infinitas del mismo.
Pero el jefe era el jefe y los accionistas habían elegido al energúmeno ese de Ferguson.
Como en la salidas de caza, lo más importante era tener el objetivo claro y paciencia, mucha paciencia. Había que saber esperar que la presa cometiera un error. Lo que tenía que pasar sin dudas pasaría.
Y de pronto paso, en sus misiones se encontraron con los españoles esos del ministerio del tiempo, y Ferguson cometió su error. Se confió. Eso jamás se debe hacer, pero él lo hizo, no solo eso confió en una mujer, para su desgracia la menos indicada.
Eso le costó la vida y liberó el puesto, ese puesto que él tanto anhelaba.
Todo parecía indicar que era el momento exacto…hasta que apareció Constancia Rodríguez.
Paciencia, era solo una demora, se dijo a si mismo y automáticamente reprogramó sus pasos.
Y ahora, mientras se preparaba algo de cenar y veía las noticias, ya tenía todo listo. ¿Quién sabe? Con un poco de suerte mañana la “osa” estaría atrapada y la silla a su disposición.
Con él en esa silla las cosas cambiarían para Darrow.
Había una larga lista de cosas que se proponía cambiar. Diversificaría las líneas de negocios, buscaría asociarse con sus clientes, trabajar en conjunto….y quién sabe cuántas cosas más.
Pero, en vistas de los problemas que causaban, lo primero a hacer seria neutralizar a los pesados esos del ministerio y él sabía cómo hacerlo.


[Ir a Parte 2]


#tiempoderelatos 
Precuela de tiempo de pérdida – 1813 – perdida por mucho tiempo

sábado, 6 de mayo de 2017

1.- SALVAR A JOSE MIGUEL CARRERA

#TiempoDeRelatos


SALVAR A JOSÉ MIGUEL CARRERA  o
 La traición de Pablo
 
Es una tarde tranquila en el Ministerio del Tiempo. Casi todos los funcionarios han terminado su jornada y muchos se encuentran en la cafetería comentando las anécdotas del día.
En el despacho de Salvador, sólo queda Angustias en la antesala, de pie frente a su mesa, apaga el ordenador, recoge su chaqueta y sale, echando una última mirada para ver  si todo está en orden.
Poco después de su salida, entre las sombras, se acerca un joven que la ve marchar desde lejos, y sabiendo que estará solo, entra en el despacho, enciende de nuevo el ordenador de Angustias y saca un pendrive USB del bolsillo. Lo introduce en el puerto y empieza a teclear. Algo está buscando, ¿pero qué?
Inquieto, no deja de mirar hacia la puerta, pero todo sigue a oscuras.
De pronto, empieza a vibrar su móvil en el bolsillo.
- ¡Mierda! Es Ernesto. Se apresura, termina su tarea clandestina y coge el USB al tiempo que oye pasos decididos en el pasillo. Se asoma y ve que sus dos compañeras de patrulla, Josune y Carmen, se acercan a paso ligero.
Ambas se asombran de ver que Pablo haya llegado tan deprisa; antes que ellas al despacho de Salvador. Él se excusa diciendo que estaba buscando a Angustias para pedirle una copia de cierto informe; nadie más le da importancia hasta que Ernesto entra al despacho con mucha urgencia.
Les explica que les ha mandado llamar para una misión urgente, que deben partir de inmediato porque la única puerta cercana que les puede llevar al sitio indicado, está a dos horas de camino del lugar donde les esperan.
Se trata de José Miguel Carrera, quien sería prócer de la independencia de Chile;  en su juventud se encontraba alistado en los Húsares de Farnesio, en el ejército de la Corona española, luchando en pro de la independencia contra las tropas de Napoleón.
Se habían recibido noticias  que se estaba tramando un atentado contra la vida del chileno, durante su participación en la Batalla de Ocaña, por lo que debían desplazarse al día 14 de noviembre de 1809, para salvar su vida.
Josune les explicó a sus compañeros que debían protegerlo, pues debía participar en la batalla de Ocaña, donde resultaría herido y sería trasladado a Cádiz. Allí se codearía con personalidades de renombre e incluso conocería a Joaquín Fernández de Leiva, quien representaría a Chile en las Cortes de Cádiz, de cara a la promulgacion de la Constitucion de 1812.
Sin todos esos avatares históricos, la independencia de Chile no habría tenido lugar, al menos no como ahora se conocía. Ernesto asintió y les mandó inmediatamente a vestuario para que se acomodaran a la vestimenta de la época. Josune iría como auxiliar sanitaria, Carmen se mezclaría en las labores de abastecimiento de las tropas y Pablo sería un combatiente.
 Se les indicó que en el terreno estaría esperándoles un funcionario, que durante esa misión se incorporaría a la patrulla.
Una vez ataviados con las vestimentas y enseres de la época, se dirigieron a la puerta 1501, que les conduciría a su destino.

A su llegada, diluviaba. Les estaba esperando junto a la puerta, sita en un cobertizo en medio de la nada, un funcionario cuyo rostro les pareció familiar. De unos 45 años, llevaba un barba de pocos dias y un pañuelo blanco alrededor del cuello. Les dirigió a un establo cercano donde había tres caballos dispuestos para el viaje.Su nuevo compañero, aprovechando que estaban solos, sacó de una bolsa de cuero unas gafas negras de pasta,  un puro y cerillas. Encendió el Habano y se presentó:
 

 "Me llamo Narciso. Pero para los compañeros soy Chicho, Chicho Ibánez".


https://twitter.com/TamaraArranz
Foto de  Tamara Arranz a Sergio Villanueva  como Chicho Ibañez Serrador 

Se dirigieron hacia Santa Cruz de la Zarza, donde se suponía que las tropas se retirarían después  que el temporal les frustrara intentar un paso por el río Tajo. Por el camino  Chicho les comunicó que un contacto suyo en el ejercito francés había avisado de las intenciones directas de dar muerte al futuro prócer de Chile, con armas  "nunca vistas antes".
Una vez llegaron a la localidad, encontraron las tropas acampadas, preparándose para la batalla que empezaría muy pronto.
Las dos mujeres de la patrulla se infiltraron entre el resto de féminas que acompañaban al ejército, intentado averiguar dónde se encontraba Don José Miguel Carrera. Mientras tanto, Pablo y su recién estrenado amigo Chicho, estrechaban lazos.
Chicho le contaba que el Ministerio del Tiempo  le había reclutado en 1982, habían mandado a buscarle a 1955, con apenas 20 años. Confesó que su pasión era otra, pues sus padres se dedicaban al mundo del teatro y el cine. Y que desde pequeño tuvo claro cuál sería su futuro, quería dedicarse a escribir guiones y a dirigir.
Pablo estaba escuchando atónito, había descubierto quién era su ilustre compañero.
Al día siguiente, Carmen avisó a Josune para que se reunieran cerca de las dependencias de atención a los malheridos. Había localizado a Don José Miguel Carrera, y se había sorprendido de encontrar a un joven de vientipocos años. Josune le recordó que el joven había llegado a la península para cursar sus estudios y que entró en el ejército con rango de teniente, debido al renombre de su padre, Coronel de las Reales Milicias.
Se encontraron con sus dos compañeros para poder vigilar de cerca su objetivo, y la patrulla al completo se dispuso cerca de éste para salvaguardarle y evitar cualquier ataque a su persona.
Los siguientes días se sucedieron con normalidad, dentro de lo que cabe esperar, en preparación para la batalla, hasta que el 19 de noviembre comenzaron  los ataques por parte del ejército de Napoleón. Las dos mujeres de la patrulla, quedaron encargadas de escudriñar los alrededores, pensando que hallarían al atacante o atacantes acampados en las cercanías. Los dos hombres, batallarían junto a José Miguel Carrera, con quien habían congeniado tras los últimos días.
Pablo tenía la mente en otro lugar. En su casa, con su familia. Palpó la bolsa que llevaba consigo. Ahí estaba el pendrive USB. Aún no se lo habían requerido, pero no tardarían en pedir que lo entregara. Trató de olvidarlo y seguir adelante. Pero no pudo.
Montado ya en su caballo, divisó a lo lejos un rostro familiar, ataviado con ropas sencillas para pasar desapercibido entre la multitud. Un silbido, era la señal. Bajó del caballo y se acercó al hombre que, con marcado acento norteamericano le pidió la memoria usb. Pablo le miró, le preguntó si recibiría el dinero inmediatamente, su familia lo necesitaba pues se acercaba la fecha del desahucio.
El americano sonrió con mezcla de despecho y malicia. Si el pendrive contenía toda la información solicitada, la transferencia sería inmediata.
Pablo volvió a montar en su caballo y se dirigió a la batalla. Iba a ser dura, una verdadera masacre. 
Unas horas después, la caballería francesa, muy bien organizada, rodeó pronto las tropas españolas. José Miguel Carrera dirigió de forma estratégica a un grupo de hombres, entre ellos a nuestros funcionarios.
La caballería francesa, cargó contra ellos. Pablo vio entonces, entre el enemigo, de nuevo a aquel tipo norteamericano, ataviado como el resto de tropa napoleónica, dirigiéndose directamente a José Miguel. Le asestó con el sable en la pierna  y lo tiró del caballo. Inmediatamente Chicho intervino para salvarle.
Mientras tanto, las dos patrulleras, acertaron a ver unas luces rojas a lo lejos. No se correspondían a la época, eso seguro. Acechando, alcanzaron a ver un hombre encaramado en una torre a medio derruir, acuclillado con unos prismáticos de última generación, vigilando la batalla. A su lado a  ras de suelo otro hombre con un fusil de francotirador.Habían encontrado a quienes buscaban.
Al primer disparo no llegaron a tiempo. No hizo apenas ruido, pero no alcanzó a Carrera, ya herido de gravedad en la pierna y en el suelo. En su lugar, Chicho recibió la bala en un costado.
Josune sacó su pistola, siempre la llevaba. De un tiro certero hirió de muerte al francotirador, quien no advirtió la presencia de las mujeres. El de los prismáticos, buscó su arma, pero ya había recibido una severa patada en el pecho y cayó casi sin respiración al suelo. Carmen le puso el pie que había usado encima, y Josune le apuntó con el arma. 
-¿Quién os envía? Pero el individuo no la miraba, buscaba algo entre los pliegues de su chaqueta. Lo encontró y lo agarró con fuerza, con miedo a perderlo. Las dos mujeres se miraron extrañadas. Era un pendrive.
- ¿Qué tienes ahí? Responde. Pero el enemigo sonrió maliciosamente. Ya había conseguido pulsar un botón oculto en su traje, y se desvaneció ante sus ojos.
En medio de la batalla, el tipo que había herido a Carrera, se dirigió sin piedad a rematar la faena. Pablo entonces lo vio todo claro, vio a Chicho caer de su caballo, vio al americano tan cerca... que cogió su sable y se lo hendió en la espalda, cayendo ambos al suelo.


Pablo corrió al lado de Carrera que parecía estar bien. Algunos compañeros ya le estaban asistiendo. Entonces vio a Chicho tendido en el suelo. ¡Mierda! No iba a ser culpa suya que muriera. Mandaría a la mierda a los americanos y su pasta. Ya buscaría una solución. La patrulla era lo primero. Chicho sangraba, pero estaba consciente, así que le presionó la herida como pudo y decidió ponerle a salvo. Antes rebuscó entre las ropas y enseres del americano que yacía inerte a su lado, en busca del pendrive. Allí estaba, menos mal. Se lo metió en un bolsillo.
No tenía ni idea de que había llegado tarde. Su compatriota ya lo había copiado y se llevaba la información consigo a donde quiera que hubiese partido. 


La patrulla se recuperó de la batalla, que sin duda quedaría en su memoria para siempre. Mandaron a Chicho al Ministerio, no sin antes comprobar que la historia no había cambiado  pasando el correspondiente informe a Salvador.
Pero aún quedaba el resto de la misión. Escoltar a José Miguel Carrera hasta Cádiz, donde le entregarían la Cruz de Talavera y desde donde dos años después decidiría regresar a Chile para liderar la lucha por su independencia.
Cuando llegaron a Cádiz la ciudad era un bullicio. No podían dejar de pensar en lo que en los próximos años allí sucedería. Se habían asegurado que Carrera quedaba a salvo, pues quedaba a cargo de un amigo, el hermano de Joaquín Fernández de Leiva y bajo la  vigilancia de José de San Martín.
Era hora de volver a su época, regresar al Ministerio y comprobar cómo encontraba su nuevo amigo y compañero de patrulla.



#TiempoDeRelatos
 SALVAR A JOSE MIGUEL CARRERA
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